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- 265- do, asombrMlo ante maraYilla tal cuyo renombre llena ambos continentes. Bien puede esclamar Sarasate:-•Durante mucho tiempo he si– do esclavo del violín; hoy el violin es mi esclavo.• Y as! sucede en efecto: El Strndivarius quo toca Saras;\te, ese instrumento tan viejo y<~, puesto que el famoso constructor de vio– lines Antonio Stradivario, discípulo de Amati, 11ació en Creroona (Italia), en 16H y murió en 1737; y que á pesar de su antigüedad tan juveniles notas tiene, llanas y sentidas cual las de toc!os sus hermanos de fábrica, es en manos del artista español, siervo obe– diente y sumiso, pronto siempre á obedecerle. No hay memoria hr.sta ahorn de una- digámosla así-mala contestación . . . . . . . . . . . . . . . . . El Sábado nos regaló una Jota y un Zortzico; el Domingo un Tango y su famoso Zapateado al final de su segunda parte; otra. vez Ja Jota y uuos motivos de Ja Gallina ciega á ln. conclusión de hi tercem y últimii. Acompáfiale al piauo, á veces Guervós que forma parte del sexteto; y más á menudo le acompaña otra persona, un alemán, Otto, Secretario de SaraMte, el mismo que diez anos antes le redi– mió del yugo y de la mezquindad de las empresas, mostrándole la manera de sacudir aquella explotación y presentarse ante los públicos por cuenta propin.. No hay, no puede haber amigo mas leal, no se concibe administrador mas fiel ni más inteligente. Dos detalles para termiua1·: Dicen que ú Sarastite le halagan más los aplausos de las loca– lidades altas que cualesquiem otros; y se refiere que un haturro n.ragonés a l escucb:ir la jota, le !lrrojó hi manta n.I escenario..... y por poco se lanza él mismo en pos de su manta á las tablas, en medio del delirio y del entusiasmo. Pero volvamos al concierto del Martes, en el cual nos regaló Jos oídos. nos electrizó el espíritu con un Noctu1'110 de Chopln, y más todavía con el Canto del ruiseiloi., una sentidísima romanza igualmente original del gran violinista, y otros números no inferio– res en belleza, ni menos erizados de dificult.ides, como el Baile de las brujas y los Aires populai·es fuera de programa, de que hizo dern>che ante el absorto auditorio que al par que aplaudía estre– pitosamente il cada final, guardaba silencio absoluto cuando el arco roznba las cue1'das del Strndivarius. · Lo primero que tocó Sarasa.te al final de la primera parte fué la .iliuineil'a. Y faltando i\. la costumbre establecida entre el púoli– co, á los primeros compases E\n que parece oírse Ja gaita ejecutan– do el clásico baile de nuestras cmupifias, las manos no p•Jdieron permanecer separadas por más tiempo, las bocas no pudieron por más tiempo perman~cer silenciosas, y por encima de las notas arrancadas al Stradivarius por el ar tista cuya fama no ca.behoy en Ja tierrn, cubriéndolo y apagándolo, durante breve espacio solo, voló un aplauso colosal, un aplauso de titanes que hizo temblar el edificio y oscilar todo el conjunto del escenario. A poco, prosiguió esclavizando sin piedad el instrumento, que parecfa gemir..... Silencio sepulcral. ....Atención profunda. Aquello era más, inmensnmente lnás de lo concebible. Revolo-

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