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-94- tal viajero que se llamó Alejandro Humboldt; euMéxico,lacalleen que vivió el Libertador, lleva su nombre, y frente á la Biblioteca Nacional existe una lápida que recuerda al sabio Humboldt.- ¿ Y por qué Saras:i.te, que supo encadenar A. las almas, clln el cristali– no lamento de sus ruiseñores, no ha de tener también un mármol eu que lo recuerde México? La tradición escribe sus anales en las piedrns y las generacio– nes van 3. beber á ellas el aroma de la hi~toria, como nna flor en– cerrada en el vaso de los siglos - L:\s piedras hablan también el idionia de In. gloria. La blanca lápida qne boy pedimos, con el in– signe amigo nuestro, má::> que un homenaje es uDajusticia. La colonia espal1ola nos oirá-Y con ella todo México.» Para terminar este capítulo, inserto á continuación algunos juicios post mortem dedicados á Sarasate en la prensa ameri– cana. •Cori el insigne violinista navarro, pierde España uno de los hijos que en estos tiempos p11.ra ella sin ventura, han llevado más gloriosamente su nombre por la vastedad del mundo. Muere Sara– sate después de haber conseguido por la ,·irtud de su arco maravi– lloso que sabia lograr del violín una calidad de sonido jamás igua– lado, lo que muy ilustres compositores hispanos no pudieron c;:on– seguir: enceDder el entusiasmo en los públicos más diversos y cul– tos con músic~ genuinamente espaflola. La vida de este virtuoso del violln. que fué además un compo– sitor de mcritorins aptitudes, está magnificarlti por múltiples anéc– dotas, delatoras de su carácter abierto y de su intenso amor á su ciudad nat11.l, Pamplona, á donde iba todos los años en la festivi– dad de San l!'ermln, siendo aclamado de manera delirante por sns conciudadanos, orgullosos de él. La pérdida de este mago del violín, es como Ja de todos tos gran– des que han libertado su personalidad de los moldes estt·echos de la patria universal. Ha muerto anciano y coronado de gloria. Quizá los públicos que electrizó, le olviden cuando los alios, suce– dié11<.lose, produzcan otras em inencias. Et olvido es, al fin, el tér– mino de los hombres cuyas aptitudes brillantes están vinculadas' en órganos mortales. ¿Qué re~tn de las manos taumaturgas de Listz y de la voz de Julián Gayarre? Sólo algún viejo que evoca sus recuerdos con una imprecisa admiración. Por eso decimos que los públicos quizá no tardarán en poner en otros lus predileccio– nes que él dej1:1. innplic;idas al bajar al sepulcro. Pero los que no le olvidarán jamás, senín sus conciudadanosde Pamplona, los rudos y nobles n::warros que le venerab1in casi tanto como á San Fermin, y 1•.1 }, por más años que pasen, sentirán en los días de feria el vacío de aquellos caprichos vascos, de aquellas serenatas. de aque– llas danzas, de aquellos cantós populares que el gran navarro de la melena romántica producía. en el •Stradivarius• que vibró triun– fante nnte todcs los monarcas del mundo, con el arco que ya nin– guna mano, por irrespetuosa que sea, se atreverá á tocar jamás... .. )f. J.f crnar¿dez. De El Fígaro de la Habana.

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