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-88- Sarasate ha tenido en Méxicoun brillantísimo ho;nenaje. &H bUMORih D&L GRAN ARTISTá. - --·o·- - - Las maravillosas naves de Jes6s Marra parecían cuajadas de lágrimas de oro durante la majestuosa misa in memoriam del inolvidable violinista. cAyer, el templo de Jesús María era punto de cita de una dis– tinguidlsima concurrencin. Como en las grandes solemnidades religiosas, habíase desple· gado toda la pompa majestuosa y conmovedora. La. luz de más de mil foquilles incandescentes bacía brillar los dorados de los altares con destellos de metal en fusión y se exten– día en guirnaldas por toda la bóveda, que es en realidad un be– Jlli,¡imo ptafond en que han puesto hábiles pinceles, las más glorio– sas y plas escenas de la vida de la Virgen. Todo el medio punto del arco de la nave que forma el altar mayor, hab.ía sido cubierto con mu\ inmensa i11s1nlación de luz en que se lela esta inscripción: •Luz eterna ilumine su memoria.» En el centro, una enorme estrella, la de la glori:i del artista, .brillllba, teniendo en su centro el blasón de Navarra, provincia donde vió la luz el eximio artista, cuya gloria llenó al mundo, do– quiera dejó oir las notas maravillosas de SLt violin. A las puertas del templo, una comisión del Centro Vasco, orga– nizadora de este homenaje al artista cuya muerte llora Espafla en– tera, recibía á. las damas, que llenaban completamente los recli– natorios, en gran número colocados en toda la nave. El selior 111inistro de Espalia, Don Bernardo Cólogan y Cólogan asistió á. la ceremonia, y l\l lado izquierdo del presbiterio, le acom– fiaban los señores Presidentes de los Centros Vasco, Gallego, Ara– gonés y Catalán, asociaciones que hablan prestado su concurso p!\.– ra esta conmemoración fúnebre, que tan brillantemente supo or– ganizar el centro vasco. Lo primero.'Jljlle llamaba la ¡iteución á la entrada de la iglesia, era el escudo de las provincias va~congndas, dollde dividido por cuarteles se velan los de las siete provincias, cuatro espailolas y tres francesas, cobijadas por banderas de las dos naciones. Después la vista sa perdla en aquel reguero cegador de luces que lo asaltaban á uno desde el pór tico, en que grandes maceto– nes con bojas de tisú pinteado, dejaban ver antre el follaje el haz de foquillos, que estaba en constante parpadeo. En el coro se reconcentraba la parte artlstica de esta solemni– dad, una de las más hermosas y conmovedoras A que hemos asis– tido.

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