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naturales son dos , a saber: la familia y el municipio o fami– lia de familias. La familia posee propia personalidad como familia, perso– nalidad que no procede de alguna ley humana ni del mismo municipio; el hogar es un recinto sagrado y goza de inmu– nidad en el sentido que se expEcó. Mas e! orden público y la vida civil surgen en el relacionamiento de familias; y ya se demostró que el municipio es por sí, o sea atendida la natu– raleza de las cosas, sociedad jurídicamente perfecta. Por lo tanto el pueblo, entidad natural y orgánica, es las familias en el municipio, el munici pio como constando de familias y la reunión o federa ción de mun icipio s. El individuo se halla ligado a la familia por dependencias y necesidades ineludibles de hecho, que engendran vínculos de derecho. Y lo inorgánico , lo arbitrario y artificioso no se ve por ninguna parte . Extraer de lo:; individuos solitariamente con– siderados y de los votos, el soberano que es pueblo, es como extraer de lo inorgánico y de lo muerto la vida y la fecun– didad. Ahora bien; en lo político caben poderes que no sean los mun icipios, por his toria, por diversas circunstancias que los legitiman, y entonces cuentan con el voto implícito de los municipios que se presume, si por esos motivos se hace obli– gatorio el consentimiento . Mas para la ordenación social solamente sirve la demo– cracia auténtica, la soberanía del pueblo . Ordenar las capacidades naturales, los bienes naturales y las necesidades naturales, maltratando a la naturaleza con idearios y concepciones opinables, con equilibrios inestables, es como llevar agua en una cesta de mimbres; las injusticias y los problemas chorrean. O se profesa para lo social una democracia depurada y auténtica, o se sepulta a la personalidad del hombre y se fracasa, a no ser que llamemos paz. tranquilidad del orden a la quietud de los sepulcros, donde solo se oye el escarbar de los gusanos, de los trabajadores de la muer te. En e l rég imen social que nos afecta a todos directamente y profundamente, tan importante como la justicia misma es la evidencia de la justicia. Es de absoluta necesidad que las normas de la ordena– ción social no se den allá en las alturas y las lejanías de un poder que, por alto que sea. es falible y no posee la omnis- 90

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