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trabajadores asa'.a,iados, basia aplicar al caso los criterio s es– tablecidos para :o::la explotación de la especie que sea. El caso no es el mismo, si cede en arriendo a uno o va - rios, porciones de terreno de cultivo. , Vayan algr:!os casos ocurridos años atrás, que descu– bran la llaga d 8 :n íusticias indignantes. En una pec:1,.)ña aldea había un caserón destartalado. que aun conse rvclba el nombre de palacio, con unas tierras anejas, algunas buenas; el propietario y administrador resi– dían en la capita l, y las tierras estaban en arriendo; la familia arrendataria ven ía siéndolo desde cuatro ge neraciones, y a la sazón y por fallecimiento del padre y de la madre en una epidemia que segó muchas vidas en aquella comarca, ocupaban la casa y la tierra cuatro hermanos, uno de vein – lido s años, otro de dieciséis, una hermana mayorcita y otra de siete años; trabajaban mucho y pagaban puntualmente la renta; un año al llevar el hermano mayor el importe de la renta al adm:11:strador, éste le notificó que le habían ofre – cido una renta much o más elevada, pero que, en igua ldad de renta, ellos s-::--rían los preferidos; no llegó a más la gene – rosidad del ad, 1ú listrador; para muchos propietarios y ad– ministradores la ut ilidad mayor es el supremo criterio de co nduela sin un átomo de sentido moral. Aterrado el muchacho ante la perspectiva de abandonar definitivamente la casa donde nació y las tierra s regadas y empapadas con el sudor suyo y de sus padres y abuelos y en las que tenía puestos sus carii'íos y esperanzas, ace~tó el aumento sin '1~edi r sus fuerzas; a los cuatro años fallecía aniqui:ado por el mucho trabaj ar y poco comer, y el otro hermano emigró a América; las hermanas fueron a la ciudad a buscarse la vida; un hogar arruinado y disuelto; una tragedia . Vaya otra y és ta es de tiempos bie n recien tes; un señor que residía en t·na ciudad le jana . era propietario de un am– plio terreno en (" 1 que estaban encla vados unos cuantos ca – seríos en los e : :; s€ sucedieron varias generaciones; es te señor vendió ar uella tierra y el comprador qmso explotar la por sí; las fam :::as de los siete caseríos hubieron de aban– donarlos y salieron regando con lágrimas la tierra que ha – bían regado con su sudor. Mi primer uugo en el principi-? de mi ministerio sacer– dotal. fué una parroquia de veinticuatro casas entre tre s aldeas; pregunté a los labrado re s por qu é no plan taban ár- 207

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