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de abastecimiento y en la escasez de recursos, es la respuesta a la e~evación de salar ios, para mantener un desequilibrio que reduce a la miseria y a privaciones a los que viven del trabajo; y la just icia demanda recias sanciones y otra eleva– ción de nlarios y sueldos, manteniendo un paralelismo que haga entrar en razón a los que venden; los que no ve nden piensen en e l supremo derecho de la necesidad: el mal será general y todos se interesarán en remediarlo . Si hay recursos para todos es justo que los haya para todos; puede haberlos y debe haberlos. Mas ¿qué procede hacer en situaciones de carestía o es– casez de cosas necesarias? En esas situaciones suele ocurrir que los que venden invoquen el título de .la escasez de productos y que se extra– limiten, haciendo negocio de la penuria misma; y que los afortunados, aunque paguen muy caro, no se vean privados de nada, mientras la miseria y la anemia se ceban en la muchedumbre y en los trabajadores y en los de modesto capital Los economistas tendrán sus pun tos de vista de la utili– dad y de la propiedad de la comunidad, de la defensa de las empresas y explotaciones y nos darán informes y razona– mientos deslumbrantes . Mas atendamos a las reclamaciones de la justicia por encima de todos los otros intereses. Es de justicia el que, en una grave cr isis de un pueblo, sufran todos y que unos no se salven sacrificando a los demás que suelen ser inmensa mayoría. Cuando hay escasos recursos, estos deben llegar a todos y más a los más necesitados; el criterio supremo es la ne– cesidad. Los salarios y los sue ldos, etc., deben responder siempre al coste de la vida, se llegue a donde y a Jo que se llegue. Los que no ven en todo sino el curso ciego de los acon– tecimientos, verán en aquella actitud, el abismo en el que se hunde un pueblo; los que sabemos que hay un Dios omni– potente y bueno, que no permite males sino para extraer de ellos mayores bienes en caudal de virtudes que se actúan precisamente en la tribulación y con ocasión de nuestras mismas defectibilidades; sabemos también que Dios no aban– dona a los pueblos en que se practica la justicia; hay situa – ciones en las que a los hombres de estado y a los economistas no toca sino hacer lo que está de su parte en la impotencia 152

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