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yo escribo; el yo es como la roca enhiesta en el océano, inmoblemente, recibie ndo y despidiendo a las olas. El hombre concce que quiere, y quiere ccnocer; se acuerda no solamente de lo conocido sino del acto de cono– cer y querer; y quiere acordarse . Su conocer está en su querer y su quere r en su conocer porque proceden de un principio rea l (tan real como las acciones ) y residen en un su jeto real que se ve a sí mismo como vestido de esas afec– c:ones, como operante, como principio y sujeto de las mis– mas y dice : yo entiendo, yo quiero; conciencia empírica que es la manifestación de una entidad robusta que se posee a sí misma, que se vuelve rnbre sí misma, toda ella sobre toda ella, por lo cual mira y domina sus prop:as impresiones, y enjuicia y domina los cbjetos que las producen; que, por lo tanto, no es extens3. y orgánica sino supra-orgánica y espiritual. Verdad es que el alma no tiene intuición de su propia subs tancia, la cual no es próximamente inteligible para sí, por e star encarnada, o sea, vinculada al cuerpo: paro si fuese algo mater ial y externo, el entender y el querer no estarían presen tes ante sí mismos ni lo estaría el yo como operante; lo corpóreo se dobla, pero no todo él sobre todo él. Por eso el hombre recibe sus impresiones sensibles como un señor a sus vasallos: las examina, las compara , enjuicia sobre ellas, hace con ellas y a base de ellas nuevas combi– naciones como un tresillista con los naipes, con creaciones de fantasía; atrae y retira recuerdos; se pasea por el espacio y por el tiempo; es decir, que el hombre, por sus facultad es intelectivas, flota sobre sus impresiones sensibles y las do– mina; y es claro que lo que está sobre la sensibilidad no es sensac ión ni algo orgánico, sino que está constituído en un plano superior. El hombre ve las cosas como ocupando lugar y exclu– yéndose una s a otras del mismo lugar; así concibe la exten– s;ón real o posible y el espacio; las vé como cambiando de lugar , concibe y mide las distancias, calcula sobre ellas y sobre el movimiento; luego el yo, como principio y sujeto del psiquismo superior, es ajeno a la extensión, y al estar unido al cuerpo no está en él como localizado, como en lugar, sino vinculado, como principio interno y formal de ser específico y de vida; no está como contenido sino con– tinente. El hombre no solamente dice «yo veo, yo hago», sino 11

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