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humana y de una solidaridad que abriga a todos. Y nót_ese, que el problerr:.a scci al es, ante ledo, problema de moral!d~d y de espiritualidad; a un pueblo de individualistas , de eg01s– tas y utilitarios, no lo redime el mejor sistema social. ¿No es más práctica y más desembarazada la interven– c ién del Estado que acuda a esas necesidades? El Estado no extrae sus rec ursos de la luna; lo que los vecinos dan para la asistencia a los débiles ha de reflejarse en una mener tributación al Estado, por vía directa o por vía indirecta, pcr menores ingresos. ¿Es que no se reflejará y los vecinos no experimentarán alivio alguno en les tributos? Pue s si tan desaprensivo y tan obscuro es el Estado, ¿queréis encomendarle la protec– ción de vue stros pcbre5 y ¡:;cner en él la confianza para la contingencia de incurrir vosetros mismos en la miseria? Esa intervención de! Estado es fría, con cauces rígidos, con posibilidad de muchos errores, es compleja y de infor– mes y papeleo, con peligro de venalidades, parcialidad, di– laciones e insidias; y casi siempre el auxilio es mezquino y antipático . Mucho se viene preconizando la intervención del Estado que parece la panacea universal. Esto supone o implica una desconfianza en sí mismo del ciudadano y de las capaci– dades de las sociedades y estab!ecimientos de carácter pri– vado; y en estos mismos días en que escribo estas líneas, comienzan a recogerse los amargos frutos de un estatismo pa– tológico; constituídos en menores de edad los ciudadanos, va invadiendo una cobardía vergonzosa y se atiende a eludir responsabilidad y a huir del esfuerzo y de la lucha, guare– ciéndose todos en el Estado. Poderosas Compañías que cuentan con abundantes recursos propios, abdican de ellos, y de su propia personalidad, cerno está ocurriendo en algu– nas nac iones occidentales de Europa, y prefieren desenvol– ver se bajo la tutela de l Estado; no se quiere la noble emu– lac ón; el Estado se encargará de armonizar intereses aunque sea a cos ta de la vitalidad del país y de la dignidad del ciudadano; y es que donde no se ejercita la autonomía, se vien e al mecanismo y a la degeneración. Por lo que toca a nuestro asunto, el Estado será siempre un padrastro de los pobres y de los débiles p.::>rqueéstos no producen; una carga que soporta sin esperar compensa– ción; y al Estado y a sus oficiales no podemos pedir un interés, una solicitud, un amor y una fraternidad, de las cua, 118
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