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J:L PAÍ<; DE LA GR ACIA Y á continuacion refir iero n ambos caballe – ros á la tertulia cuanto habían ,·isto y oido, sin olvidar al tío Bendito y á Chaleco . -Ya le~ decía yo á ustede<i.- alegó D. Za– canas, qut.: la cosa merecía verse . -Para m1 ha sido una rcvelac ion, - dijo el otro cab allero. He viajado bastante, y me pre– ciaba ha.,ta hoy de haber visit ado y estudiado las costurnbres de los bandidos de Cala bria. de las Ca.\'c(u-<1/as de Sa n Juan de Luz, y de los be– duino"' del Riff, pe ro igno raba la fe, que hac e tan felices á mis compat riota-::. -Yo me he dejado cien veces decir la bue – nave ntu ra de una jitana, he sopo rtado las fan– farronadas de un matari fe, que es t udiaba para tor ero, y oido á un ga ndul el soi disant cante flamenc o, por buen'os du ros, pe ro no habia oido canta r e l Rosario. -- Hay que reconocer que esos hortelanos tien en una re admirable. - Señora, aqudlo no es le, que es dinamita. Y pero ran como Sa nt os Padre s. - Put:s sude ir a l Rosario c ierto caba llero, – airndió D. Zacanas, muy notad o, porque es casi el unico de su traje. Es médic o, y le entr ó la uevocion ele un modo muy sin gular. V ió morir á una señora muy santa , y como é l y otro fa– cultati\'o se pasmasen cle verla, no sólo resigna-
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