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)!ALA LE:-Gl":\ 53 -¡V erdad como un templo! -P ues es el caso, que Jf,1/a -lmg-11,1, que as1 le llamaban, estaba un d ia plantao a la puerta de la taberna, y por cierto á la vera de la mis– ma ig les ia. Él era hombre, como digo, de fuer– zas, y cu ando asentaba sus pies en t ierra firme, no se los hac ia mover ni un terremotu. Habia vuelto de la pesca de artura, y estaba allá mi hombre con sus calzones amarrao:;, su cnmisa de bayeta y el sombrero embreado, probando. navaja en ma no, á lia r un cigarrillo, que no le acababa de sa lir. ¡ Ca ...rabina ! Como si ahora mismo lo viera me acuerdo. J-\1 ir a amarrar la punta de aquel fardo Je tabaco, que más pa re– cía dos cuar tos de especias que pitill o de fu– mar, revienta el papé, y se crrnma la municion po r el suelo. ¡Cristianos' aquel hombre se puso tan acalorao, que se Je podian tostar avellanas en el lomo. Y soltando su mardcsía lengua, sa– lió de su boca un taco tremendo, como vomi tao por Sa tanás , en el mismo momento que cruza – ban por la calle de est ribor dos ... vamos , no lo ace r tará n ustedes en un afio. -- ¡ Dos señoras !-d ijo uno. - Dos gua rdia civi lcs, - excla mó otro . - ¡ Se rian dos l\fonjas ! -¡ Dos Regidores! - :'·fo, señores, dos Jesu itas.
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