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50 EL PAÍS DE LA GRACIA -Beban ustedes si quieren,-respondió éste, cortés pero secamente. La tabernera, que era mujer tan gorda como hábil zurcidora de voluntades, adivinó cua nto pasaba, y se propus o pinchar aquel tumor para que acabase de reventar. -· ¡ Atemorizada viene la gente de oir desbar– rar! Si no fuera porque hombre enfadado no sabe lo que habla, merecían ustedes á veces un buen sinapi smo en la misma lengua, por escan– dalosos ! - No le falta razon, señora, - op inó uno de los presentes. -No lo d igo por naide,-- añad ió otro , pero alguno s se ponen como bárbaros. ¡\' todo por echarla de prcsonas ! - ¡Lástima de multazo, que les doliera en la bolsa! - ¡Mejor un buen sopapo, que les derribara las muelas! - Seño res, para meter en cintu ra á los mal hablados, no hay como el alcalde de mi pue– blo. Lo s pone á la sombra por lo ménos una noche, y quie ras q11eno, les hace beber ántes de soltarlos un vaso de caldo de guindillas, que arranca el gaznate! ( 1) . \1) Este .ilt.:aldc vive y ~obic1na hl•}' Íf.·li111cmc.
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