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EL PAÍS DE LA GRACIA rizadas capas; ;:e1ioras y mujeres del pueblo lu– cían elegante,;; abrigos ó mantones «de ocho puntas, ,, ricos y pobres con la nariz colorada corrian á porfia en busca de un benéfico y tem– plado rayo de sol. De pronto, y al pie de la cuesta, apareció un enorme carro-mato tirado por seis magníficas mulas. Era el del famoso tío Tabardillo, cono – cido traginante del pa1s, que á la sazon iba tumbado b?.jo d toldo, dormitando á lo que parece. El zagal Jeromo guiaba el ca r ro, pero por má s que al empezar el repecho tuvo la p recau – cion de arrear al ganado para que tomase cor– rida, el piso estaba tan malo, que el vehículo, cargado en extremo, quedó inmóv il á los pocos pasos y como clavado en el sit io, sin que pu– diesen las mulas arrancarlo de allá, ni más ni ménos 4ue si hubiese sido una montaña. Tabardillo saltó al momento de su sitio, como si le hubiese picado la tarántula; apareció colé– rico sobre la mula de varas, vestido de blusa corta y gorra ele pelo, é interpe ló al desdichado zagal en esta guisa: - ¡r\h ... rre ... ladron, hijo de una cab ra! ¡Ya tardabas tú, perro, en hacer una de las tuyas ! ¡ Si no voy ahora mismo y te echo las tripas fuera!

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