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LA \ºÍRGEN DE LA \"EGA 37 -¡ Deo gracias~ Pero ninguno escuchaba, porque la not1c1a del robo les hacia atender á lo princ ipal. -; .•he :\Iaría !- repitió mas fuerte la voz. -¡Si n pecado concebida!-respondíó por fin la Florentina . ¿ Qul se le ofrece a V.? pre· guntó al que subía. -Desde el otro lado del pueblo te he oido cantar. ¡:'-Joestás tú poco cantora! -H;jo , de lo mio gasto . ¡ Pero si tú supieras lo que nos pasa! -i Bah!-d ijo Millan desentendiéndose. Y entró con mucha tranquilidad en la estan– cia donde se hallaba el viajante bordelés, palido y desencajado; y despues de haber saludado cristianamente y tomado las seguridades con– venientes, entregó la cartera á su duei10 senci – llamente, diciendo al propio tiempo con soli– citud : -?vfire V . si le falta algo . -¡Oh, Señor!-exclamó aquel, tan t:stupe- facto como conmovido; pero esto qne V . hace es una accion muy honrada . -No hace más que lo que debe, - interrum – pió el viajante español. -¡ Permita V. !- aiiad ió el primero. Es una suma que entre billetes de banco, letras y cartas órdenes, se monta á 30. 000 francos.

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