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LA PASCUA F.N 'r..\R.-\ YILl:\ 2..¡ j lados cabezas de víboras y serpientes que sil– baban y le helaban á uno la sangre en las venas. -¡Tan! ¡Tan!-llamé en la puerta del Purga- torio. - ¿Quién va?- dijo una \ºOZ sua\·e y dolorida. - El Cura de Tarav illa. - De Tara ... ¿qué? - De Taravilla junto á Francia . Héte aquí que asoma un ángel del Sefior, blanco como la nieve, brillante corno el sol, pero algo p,ilido y alicaído, r que por cierto lle– vaba una llave de diamantes suspendida del cinturon de coral. Hojeaba 1111 libro mayor todavía que el de San Pedro. - ¿En qué puedo serv ir al digno ministro de mi Señor? --d ijo inclinándose graciosa y reve– rentemente, como si ro hubiera sido algun ar– chipámpano. - Señor ángel, - le di~e yo tartamudeando y estupefacto de tanta belleza, quisiera saber, si no es una impertinencia, cuánta gente de Tarn– villa está de posada en el Purgatorio . . - Espai'ia ... Taravilla ... Pues no tenemos nin– gun vecino de Tara villa,- exclamó el ángel, despues de haber mirado y remirado . -¡S a nto Cristo de la .\gonía! - dije yo tambaleándome. éNinguno? .. - :\finguno,- repitió el ángel.
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