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2..¡6 EL PAÍS DF. LA GRACIA temblando. Csted disimule la embajada que traigo, mas para tranquilidad de mi conciencia, tengo una gran curiosidad de saber cuántos ve– cinos de Taravi lla hay en el cielo. San Pedro, muy complacie nt e, sacó un gran libro, y me dijo, calándose los anteojos: - Aquí e<itáel índice de la :VIatrícula que lle– vo. T ... Ta ... Tarav illa. La pági na está si n es– trenar. )fo hay nadie de Ta ravilla. - ¡fmposible! - dije yo aterrorizado , sin po– der contenerme. - Véalo V. mismo, - dijo el buen Apóstol, enseñándome el libro. - ¡:Vlisericordia, Señor !-- ~xclamé yo llorando. )¡ o hay que hacer mala sangre por eso, – me dijo consolándome y muy amable San Pedro. ¿Son gente devota? - me preguntó. ¡Calle V. po r Dios! ¡Qué han de se r! - Pues entónces no es extraño. Estará n ha– ciendo su cuarentena en el Purgator io. Tome us tcd este par de sandalias, me dijo dándome sus chinelas, que los caminos son infernale s. Siga V . este sendero, y á la vuelta hallará V . una puer – ta de plata, tachonada de cruces neg ras. Llame usted y le responderán. Vaya V . con Dios. - ¡Las carnes me tiemb lan de pensar en aque l camino ! La se nda est,,ba empedrada de vidrios rotos con la punta hácia arr iba y á los

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