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EL PAiS DE LA GRACL-\ más ponian el pie en la iglesia de miedo que se ics cayera encima. - Es pueblo fronterizo y basta »exclamaban muchos para explicar la ligereza de los de Ta– ravilla. Al pobre lJ. Martín, excelente Ecónomo de Taravilla (t an excelente y tan económico, que ayunaba rigur osamente todo el año; ignórase si por pura penitencia ó de pícara necesidad), lo tenia n comparado aquellos bolonios, por lo bue – no y celoso, al Cura de Valbue na, que, segu n es fama, se murió de -.entir penas aje nas. Y aunque el pobre D. Mart in rogaba devota y constantemente al cielo por su empecatada grey, el diablo parecía tener bien agarrados á los de Taravilla, que dejaban al Cura celebrar la misa los domingos, sin más testigos que Jor· ge el Sacristan, Lepe el Maestro de esc uela, y media docena de beatas . - ¡Señor!- clamaba un dia D . \farti n en ple– na cuaresma y dcspues de un elocuente sermo n, durante el cual los pocos amados oyentes suyos, casi todos dormían u bostezaban: ¡Señor, ellos son unos perd idos y yo no lo niego, pero para ganarlos derramástcis vuestra prcciosís ima sa n– gre! ¡Señor! ¡Que tengo mied o de condenarme con mi infiel rcbai\ot ¡Vos que me lo confiasteis, inspiradme, como á Pastor que soy, el medio de
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