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EL PAÍS DE LA GRACIA No faltaron tampoco antiguas y funestas amigas que pusieron á prueba su firmeza. Pero, como decimos, la gracia sobreabundó donde había abundado la culpa, y merced á esto pudo aquel salir triunfante de tan diabólicas embos. cadas. Dios quiso por lo mismo prem iar su genero. sidad y colmarle de favores. Y para que más de cerca se reprodujese el caso de San Pablo, nuestro héroe, tan alejado ántes de Cristo y de su iglesia, vino á tanta devoc ion y frecuencia tal de sacramentos, que se pasaba postrado ante los altares mucho tiempo, meditando sus mise– rias y las divinas misericordias, de rodillas, abismado , consolado y olvidad o del mundo, hasta que una vez incorporado, echaba de ver en la fatiga de los miembros las horas enteras que habian blandamente transcurrido. El Sr . Pepe el Bronce es vecino de una de nuestras más populosas ciudades, (aunque no lleva ese nombre que nosotros le hemos mu– dado con ot ros pormenores, por justos mira– mientos), y vive como cristia no piadosísimo y hace vida ejemplar . Si este papel llega á caer en sus manos, al Sefior le pedimos que le de– fienda de una estéril vanagloria, pues no es– cribimos en su elog io, sino en alabanza de la lkndita Madre de Dios, que hizo el milagro, )
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