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EL PAlS DE LA GRAC IA los indiferentes le admi raban, .sus co rreligiona– rios le respetaban y obedecían, y ademas se complacian en conta r sus ép icas · hazañas . l:na de ellas e ra el habe rse batido de noc he en una calle llevando sólo un palo co nt ra una ba nda de mows armados, al intento de impedir que die– sen cencerrada á cierto amigo que imploró su proteccion . Pepe barrió la calle de impor t unos, impidió la algarada y quedó d ueño del campo sembrado de peroles, cencerros y la tas ele pi· mientes. Cuando se dió á conocer como denigraclo r y martillo de Curas y devotos, la ge nte de vida airada se derretía de gus to, pa lmotea ba de gozo, y por aclamacion le declara ron amigo del pro· g rcso, caudil lo del gre mio del bronce y capit an Je la pandilla avanzada que á todas horas ha– blaba de autono111/a y ciw!i::acion. l-:n med io de todos su::,derectos, si n emb ar– go, el sciior Pepe poseia una vir tud no ra ra en los va lientes, y era un acendrado amo r á la jus – t icia . Cuan do él vc ia la razo n po r un lacio, no babia poder huma no que le hiciera torce r el ca– mino que á ella conducía. Era ene migo de l bie n, mas é ralo de bue na fe, po r erro r de ente ndi – miento, y esta c ircunstanc ia ju sta mente da ba más tenacidad á su bravura y más gravedad á la sit ua<.:ion. En suma, pe rtenec ía a c:;a raza de

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