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EL PAÍS DE LA GR,\C !A Harto ya de oirlos, el coronel les cerró la boca con la siguie nte cleclaracion: - Respeto en ustedes la libertad que como paisanos gozan de vilipendiar á un valiente á quie n la suerte de las armas ha sido adversa. Yo, que soy militar, r que como hombre de accion debo desdeilar la vana. palabrena, me limito á compadecerle y á lamentar que aque– llos que ven los toros desde la barrera y nunca se baten, :-;ean siempre los más sangu inarios azuzadores, los pregoneros de represalia$, los que convierten la lucha en infierno fratricida, dond e no hay lu;:-ar al perdon. Don Fermin, que conociendo el temple del militar había guardado silencio, dió a éste las gracia:- con una rápida mirada. Ya para entón – ces, y cediendo á los impul sos de un corazon buen1simo, que sólo gozaba en hacer bien, don Fermin había invitad o á tomar caré con el co– ronel, á Juan Eguia, de cuyas prendas hab ia hecho formar a aquél un.1 ventajosa opinion. Cuando llegó Jua1!(que habia dejado á su ma – dre y herman a rezando ante el altar ele la Vír– gen), el coronel :\[,rnt~r o, dcspues de las ordi– narias salu tacione s, quiso hablarle aparte, y al efecto st: retiró con él á una habitacion contigua. Don Fcrmin, aprovechando la coyuntura, preguntó al ni1io y al viejo :

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