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176 EL PAÍS DE LA GRAC IA - ¡Qué imprudencia! - Cristianos: al verme el animal, de dos brin- cos se me planta encima. Yo no sé lo que en– tónces hice, ni lo que pasó por mí. Sólo recuer– do, que á seguida de un ¡ay! general de congo– ja, sonó un gri to y una estrepitosa salva de aplau sos , y que me encontré del otro lado de la barrera. Los amigos me abrazaban y certifica– ban qu e hab ia dado un quiebro sublime, que era un maestro consumado, que debia contra– tarme, y no sé cuanto s disparates más. Yo, tembland o de un temblor 4ue no podia echar de mí, me acosté con un calenturon terribie. Cinco dias estuv e <lelirando, entre la vida y la mucr~e, y viendo á aquel eno rme toro de cinco aüos, junto á mí . Seüores, poco faltó, que no fuí á contarlo al otro mundo (1). Cuando me levanté, ofrecí subirme á un tejado, cada vez que vea á una vaca de leche, y venir á dar las gracias á la Virgen Santísima, por haber libra– do con el pellejo sano de tan famosa barbaridad.

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