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166 EL PAlS DE LA GRACIA tir, y que más de una vez han levantado en vilo una carga de cebada . ¿ Tenia yo la cu lpa de que mi espor t illa hubiese espantado á sus caballos? ¿~o gano yo mi vida co n la esporti – lla? Tentaciones me dieron de acogota rlo, pero acordéme de los cuat ro renglones, que iba yo repitiendo: ·No volverás mal por mal, haz bien á tus enemigos, pon la mejilla de recha si te pe – gan en la izquierda » y tragué saliva . No tuve que ponerle la mejilla, porque él me las b uscú, y me las puso hinchadas como un pa n . Ca lléme , se iíor, como un mudo, y recog 1 la carga cua ndo c:J otro se partió . ¿ He cumplido co n lo que el libro reza) Corríjame la plana, mi amo, s i he faltado, que no he pod ido ven ir ánt es , po rque aho ra mesmo salgo del Santo Hosp it al, do nde me he estado cu rando tres sema nas .» San Fe lipe, enternec ido, adm irado de tanto heroísmo unido á tan ta si mplicidad, abrazó co n lágrimas en los ojos al J.:,'sportitlero, le ofreci ó curarle, y le p ropuso que se quedara en su com– pa1'iía, para ser religioso como é l, co n Jo cu al acabar ía de aprender el oficio de sa nt o . 1·:I Esportiflcro, lleno de agradecim iento se echó á llorar, y se arrodilló á los p ies de San Felipe, espantado de aquella proposic ion, de que ,;e creia indigno. 1\qudlos dos hombres, el maestro r el aprendiz, no se separaron mas .

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