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EL -~PRENDIZ DE SANTO De repente es cucha pasos estrepitosos en el co rredo r, como si pasara un carro, y oye que llaman á su puerta. Era el Esportillero, pero el Santo no le co– noció al pr incipio. Arrastraba su cuerpo traba– josamente , apoyado en un palo, y lkvaba de– bajo de la barba un paüuelo de yerbas anudado en lo alto dd cogote . Sobre el pañuelo asoma– ba n los ca r rillos amoratados, heridos, cicatriza– dos . E n la nar iz lucia dos ó tres chirlos, y su frente era toda un cónclave de cardcuale,;. - ¿Qué te ha pasado, hijo mio? - exclamo Sa n Fe lipe , asus tado, y ¿quién te ha puesto así? -¡Vaya! Vuestra merced, como el que dice: el caso es muy sencillo . Iba yo cargado con mi espo rtilla por la calle de Albano, cuando hétc aquí que encue ntro de frente un coche con dos caba llos . Los ani males, al ver mi esportilla c'\r – gada, se espa ntan, se encabritan r clan al traste con e l ca r ruaje . Un señorito que guiaba se le– vanta, se enca ra conmigo, y Curioso, me der riba con carga y todo, me revuelca en el barro, y me apalea durante diez minutos . ¡r\h, señor! .\quel caba llero era pa ra mí un alfc1iiquc, y si yo hubiera querido agarrarle por la pretina, le hubiera pod ido aplastar ele un cosc01-ron, como se quiebra un mal cac harro contra las piedras . .\quí está n mis puño;;, que no me dejaran mcn-
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