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!62 EL PAÍS DE LA GRACIA El Santo habló de lo necesario que nos es la santidad, y repitió diez veces, que «para morir santamente, es preciso aprender á ser santo y vivir como santo. » El Es¡,ortillero se aprendió de memor ia la frasecilla, salió repitiéndola de la Iglesia, y no pudo olvidarla en todo el dia: le asaltaba en la esquina, cuando caminaba con la carga, en sueños, y hasta en el banco de la ta– berna. Para morir como santo, Ita)' que aprc11- de1' á ser santo y vivir co1110 sant o. Y cansado de tanto cavi lar, se resolv ió á po– nerse de aprend iz del nuevo ofic io, creyendo que no le tendria nada que env idiar al oficio de esportillero, y se fué á casa del pred icado r, que vivía en la casa del Orator io. Cuando se vió delante de l predicador consa– bido, exclamó con senc illez: - -:\li amo, aquí vengo á ver si su merced me qu iere enseña r el ofic io de santo. -Le han engañado, amigo mio,-respo ndi ó aqué l: todavía no lo soy, sino pob re pecador . - ¿ Pues no es su merced D. Fe lipe de Ner i ? -Eso sí es verdad, me llamo Fe lipe de Ner i. - Entónces es vues tra merced el hombre santo que yo digo. cQué hay que hacer para serlo?

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