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EL P,d~ DE LA GRACIA un sillon de roble tallado, bordaba un manto para ).'uestra Señora la Blanca; y ¡ escena ex– traña : un nifio y una nii'la de cinco y tres años respectivamente, de e;,paldas á la lumbre, y ar– rodillados junto á su madre, miraban con ojos inquietos y curiosidad creciente al :\bad, de bondad amador . que en hábito de benedictino leia con pausada y solemne entonacion en un manuscrito, la historia del último Cora::o¡¡!tue– ro, tío carnal de :\Ianolin y Blanqu ita; que as1 se llamaban los nii'los, en memoria de los sagra– do s nombres de Jcsus y l\Iaríi\. ,,¡:\Ii ilustre familia se mucre de tonta (leía el .Abad ), y mis nobles abuelos reventaron de mcmos! - exclamó un dia D. Diego de Corcue– ra, levantándose de repente de un sillon de cor– doban, donde había pasado el primer ataque de la congoja, e:;plin ó desazon que le sobrevin o á los diez y ocho años, más pronto que á ningu – no de sus antepasados. No es el corazon lo que tenemos huero, ¡ por San Roque y su calabaza! continuó, s ino la calavera, y harto lo muestra la locura de mis rancios y atrasados tatarabuelos, en no haber probado á correr fortuna y á deserta r de un país que tales bromas gasta . ¡ Por Santiago y su caballo! D. Diego de Corcucra no ha ele dejar sus huesos en la tierra dl: los garbanzos.
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