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¡q E., r. ;t;; (>f. LA GRACl.\ Sin duda. En fin, desde que la traté me S(;nt1subyugado, como el pajarito por el águi– la; y en tal manera reconoc1 la su peri oridad de su virtud inquebrantable , y de su 1.:xcelente buen sc nti clo, sobre mis miserables defectos y rutinarias preocupaciones, que me entregué a di,;cr1.:cion, y la hice realme nt e :.eño ra de mico– razon y d e mi casa. Chico , no te ng o empacho en decirlo, ella me dom ina en la noble ac ep– cion de la palabra, ella mand,1 en casa con una dbposicion admirable, ella hace de mi hogar un paraiso. Cuando me insinúa una cosa !o hac e con un tacto y tal arte, que no sé resis tir. Por <:tia pertcnc,.co á las Co nfcr l.!nc ias de San \"i– ccnte e.le l'aul, comulg0 todas las semanas , )' soy Celador ... ¿ Celador d<:I Sagrado Corazon de J es us ? .'.\i más ni ménoc;. Lo mismo digo. Echa esos cinco. \' mi muje r Celadora. Cumo la n11a. ¿ La mujer del 4uesero que StTtl .- ¡ (.¿ué la,;ti1na, homb rl.!! \' yo que estaba todo el rato pensando l:n echarte el gancho pa · ra mi coro. Ea, te prc,;entare a mi CrirnH:n. Y yo a mi :\kr ccc.lcs. \' vendreis á 11u1.:strate rtu lia. S1, y rczarcmos juntus el rosario.
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