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DOBLE CO:,.QUISTA 100 contínu o . Aquei era mi castigo: ántes había corri– do de capullo en capullo, y ahora corria de fun– cion en funcíon. - Pero ella, <te ,·eia? -No sé, porque jam ás n1irab;i. ni c:n :a igie- sia, ni en la calle del lad o donde yo estaba. Su actitud en el templo era la de un arcangel ante el Seiior. Era menester tener un alma de demo– nio para resistir la influencia de su ejemplo, y la de l chaparron de plátic,,s y lecturas piadosas que yo soportaba . Una mision, sobre todo, me: despampanó. -¡ Já, já, já! -Hicela colada despues de nueve ai\os, y me confesé. Inmediatamente sent1 un jubilo deseo nocido, y un asombro de lo poco que me habí a costado. ¿ .\To ,,ra más que esto ,)-decia yo, echándome en cara el haber emperezado tanto. Aquel dia 111cmiró ella ¡,or primera ~·l·::. - ¡Algo es algo! - Pero con una mirada, en tre so rprendida y severa que parecía decir: ¿Será capaz de llegar este calavera hasta la hipocres1a y el sacrilegio? Sin embargo, aquella mi rada me regt:neró, y fué una espuela, m,is aun, chico , fué un empu· jon, y una voz que me gritaba: ¡:-\clclantel - ¡Aragonés h=ibias Je :-;cr! -Es de adverti r que el misionero que nh.:
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