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-7'1- mado Muzas, para ayudarle en la guerra contra el de Córdoba. El pensamiento del emperador franco no era sin ernbar– o-oir contra el r ey moro de Córdoba; ~ra extender acaso su dominación poi– esta parte del Pirineo. A pesar de ~er un monarca católico, los vascones llegaron á sospechar de la rectitud de sus inten– ciones. no sin motivo. La en1presa de Car lomngno era atrevida y arriesgada y debió convencerse de ello porque ape– nas entró en Espai'la con un poderoso ejé rcito se volvió á Francia después de haber tomado á Pamplona. Convencido de que es te país no pod ,·ía disfrutar pací– ficamente dados los instintos de indepe n– dencia de los vascones destruyó sus for– tificac iones, saqueó a lgunos pu eblos y se dirigió con su numeroso ejército ú Franc ia . Entonces los montañ eses vascones v gu ipuzcoanos. no mirando á lo cr ist iano y sí á lo extranjero, exclaman : ¿Qué vie – nen á hac er entre nosotros esos hij os del Nort e? ¿No ha puesto Dios entre e llos y nesotros esas montañas para te nernos separados? Y apostados en las montañas que dan paso al estrecho puerto ó des fi– ladero de Roncesvall es, acaudi llados por un jefe llamado Lupo , aguardan á que pase por a llí el ejé rcito franco. Nadie puede dec ir lo que allí sucedió. A rr ollan la retaguardia de Carlomagno, lanzan
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